Los fines de semana son para descansar y estar con la familia. Salir a caminar es una de las sensaciones más placenteras que hay porque con la situación económica actual el dinero se va como el agua. Pedir comida se está convirtiendo en un lujo y cada vez es más difícil decidirse porque en pocos meses los platillos han aumentado hasta Q20 lo cual ha reducido las ganas de comer. Salvo que la comida sea mejor que la que hace mi esposa, o a veces yo, lo mejor es no consumir. El ahorro a estos gustos nos beneficia a nosotros, pero lo que les sucede a los restaurantes ante la disminución de su demanda es otra cosa.
Si algo me he dado cuenta es que, en Guatemala, el empresario no da su brazo a torcer tan fácilmente. ¿A qué me refiero con esto? Que a veces prefiere no vender antes que bajar el precio. Incluso esta disminución en el consumo produce desempleo. Ante la baja demanda, menos ganancias, menos ingresos, menos personal.
Me sucede que cuando viajo, siempre comparo los precios de la canasta básica, una compra en el supermercado y los restaurantes.
Recientemente viajé a México, a la ciudad de México y casi como por reflejo matemático, comparas los precios de todo con los nuestros. Hoy 1 quetzal es igual a 2.66 pesos. Ya casi se triplica.
Acompañé a unos amigos al supermercado y vi que gastaron unos 1,200 pesos mexicanos, más o menos 450 quetzales, lo que se me hizo alarmante, sobre todo porque cuando voy con mi esposa gasto entre Q750 a Q1000 y esto casi por semana.
Pero lo que me revolvió el estómago es que eran casi los mismos productos que junto con mi esposa consumimos. Pero esto no acaba ahí.